sábado, 11 de junio de 2011

LA VULNERABILIDAD DE UNA ÉPOCA Y LA VULNERABILIDAD DE UN TIEMPO INDIVIDUAL SE PARECEN...

Existe en Montaigne la idea de que cada individuo encarna en sí a la Humanidad entera. Algo parecido dijo Schopenhauer: el destino de la humanidad concierne a cada quien y el de cada quien concierne a la humanidad toda. Las miradas de los hombres suelen reproducir las miradas de sus épocas, relacionarse estrechamente con eso que su realidad les enseña a distinguir.

Muchas verdades de nuestros días parecieran relacionarse a dos cosas: falta de memoria y ausencia de esperanza. Así, el pasado pierde importancia y su recuerdo es sustituido por un presentismo hedonista. Por su parte, la falta de esperanza significa la entronización de verdades de desaliento e incertidumbre. Sin saber hacia donde nos dirigimos y sin creer en el significado de las acciones que nos permitan dirigirnos hacia algún lado, los seres humanos ignoramos el destino que nos aguarda; o, en todo caso, sospechamos de su fiabilidad. Esas mismas desalentadoras verdades nos arrastran, individual y colectivamente, hacia la confusión. “La confusión será mi epitafio” rezaba el estribillo de una de las más conocidas canciones de un grupo musical de rock de los años setenta, King Crimson. Confusión como mediación de cuanto vislumbramos en el presente y el porvenir; también como secuela de la disolución de muchísimas creencias e ilusiones. Inmersos en una realidad impredecible, todos buscamos la seguridad de certezas que nos permitan conjurar la percepción de vulnerabilidad que caracteriza a tantas miradas humanas en nuestros días.

En lo individual, asociamos vulnerabilidad con madurez. Los jóvenes raramente la reconocen en sí mismos: no han vivido lo suficiente. Somos vulnerables, de niños, al vivir en medio de la inconsciencia; lo somos cuando, adolescentes, nos asumimos demasiado céntricos y apostamos muy contundentemente a la veracidad de algunas poquísimas respuestas grandilocuentes y ruidosas; seguimos siéndolo, a lo largo de nuestra existencia, cada vez que nos creemos solitaria y soberbiamente capaces de enfrentar retos que, acaso, nos superen. Son vulnerables muchísimos seres solitariamente rodeados de demasiados rostros, aislados en medio de lo muy saturado o muy confuso. Es vulnerable la soledad de quien no logra distinguir más allá de sus pasos ni escuchar otra voz que la suya. Colectivamente, es vulnerable un mundo humano que le teme al futuro porque le horrorizan los posibles desenlaces de su presente, porque desconfía de sí misma.

Un conjuro posible a la percepción de tiempos vulnerables será descubrir en éstos un sentido. Podría hablarse de naturales correspondencias entre la necesidad de un ser humano por identificar un propósito en su vida y la necesidad de la humanidad por vislumbrar significados en sus itinerarios. El diseño de la existencia de una persona y el dibujo de la historia de todos los hombres dependen, acaso, de parecidas formas de voluntad por construir el tiempo de acuerdo a algún significado. Un individuo y todos los individuos poseen parecidas esperanzas y parecidos miedos; acaso también sus certezas se asemejen: justificarse en un tiempo propio, en una propia historia. Individual y colectivamente todos los seres humanos conjuramos la pesadilla del tiempo como algo carente de sentido, y aspiramos a un destino en el que merezca la pena creer. La vulnerabilidad de una época y la vulnerabilidad de un tiempo individual exigen una misma voluntad por hallar respuestas ante el tiempo construido o por construir.