martes, 4 de octubre de 2011

EN UN CURSO QUE DICTÉ HACE POCO...


En un curso que dicté hace poco, se trató en algún momento de eso que Umberto Eco llama “tecnología destructiva”. En un trabajo escrito, uno de mis estudiantes sostuvo con extraordinaria lucidez que algunos de los signos más emblemáticos de esa “destructividad” de lo tecnológico estaba muy relacionada con la así llamada “industria del ocio”. Desde luego, cuando pensamos en tecnología destructiva es ya un lugar común referirse a la proliferación de armas capaces de aniquilar a cualquier adversario; y de convertir la guerra en algo mucho más terrible de lo que siempre ha sido, arrojando el resultado de desenlaces sin vencedores ni vencidos. Pero leyendo el trabajo de mi estudiante, vino a mi mente la visión de esa crecientemente poderosa industria de videojuegos donde cobra mayor importancia la creación de espacios virtuales en los que penetra un jugador para vivir experiencias paralelas a la de su propia vida.

Si en el terreno bélico, la tecnología ha llegado a ser capaz de calcinar muchísimos hombres y muchísimos espacios, algo parecido sucede en el mundo de la industria del entretenimiento, en que cada vez más y más seres humanos se entregan a la aventura de vivir existencias virtuales dentro de universos irreales donde descubren aventuras, amistad,  amor...

Aniquilación de la realidad real en beneficio de una fantasmagórica realidad que borra la vida en beneficio de una vida falsa. Algunas películas recientes han tocado el tema de  seres humanos hibernando mientras sus clones o sus avatares actúan por ellos, piensan por ellos, sienten por ellos. Jugar a vivir en medio de espacios ilusorios encargados de hacer las veces de vida. Triste conclusión de una humanidad cansada de vivir y ha dejado de ser actora para convertirse en espectadora de sí misma en un destino de desvanecimientos. Terrible nuevo estadio de una humanidad que ha penetrado en el más absurdo de los comportamientos y la más irracional de las sinrazones: renunciar a vivir para entregarse a una vaga y vana ilusión de vida.