domingo, 6 de noviembre de 2011

ORTODOXIA DE AMÉRICA, HEREJÍA DE AMÉRICA


América comenzó siendo el imaginario de todo cuanto Europa no era o de todo cuanto Europa aspiraba a ser. De la desolación de Occidente, dicen las imágenes que dibujaron el comienzo de nuestro continente, nació América. En las soledades americanas, hombres e ilusiones, mitos y ambiciones, sueños e ideas, fueron transformándose en la fuerza esencial de lo increado; todo cambiaba en la confusión de tantos espacios vastos y vacíos. Ninguna otra región ha sido bautizada Nuevo Mundo desde el instante de su aparición a la mirada y la memoria de los hombres. Frente al tiempo europeo, el americano fue el tiempo de lo nuevo. Frente a los mitos europeos, América, nuestra América Latina, erigió como su gran mito esencial la novedad. Novedad de lo que surgía de la nada. Novedad de geografías maravillosas pobladas de imposibles que dieron nombre a los más fabulosos absurdos y a las más deslumbrantes quimeras. Novedad de la pasión religiosa: conquista de lo desconocido en nombre de Dios; monjes solitarios enfrentándose con su devoción y su fe a la fuerza de las armas y a la crueldad de los hombres, haciendo de la cruz rostro otro de la espada. Novedad de un sentimiento de patria consolidándose durante siglos de lucha contra el corsario aborrecido: nacimiento de la nacionalidad que se anunciaba en el odio compartido hacia el hereje y en la firme defensa de un ya irrenunciable paisaje. Novedad en la reinvención del continente que intentaron nuestros libertadores en un delirante afán por reiniciar la historia y recomenzar el tiempo. La novedad ha definido cierto espíritu herético que, constante, impregna nuestra historia. La herejía de América fue y ha sido siempre lucha contra lo desconocido, fuerza impulsora, construcción de voluntades enfrentadas a una naturaleza abrumadora, ilusión opuesta a la adversidad, esperanza chocando con la dureza del entorno. La herejía de América es y ha sido siempre la utopía de América. La utopía es lo herético por excelencia: utopizar revela inconformismo hacia el presente, imaginación para concebirlo distinto y para querer superarlo. Anhelamos la utopía si no nos satisface el presente. Soñamos si no somos felices. Deseamos lo que no tenemos. Queremos triunfar si sentimos que hemos fracasado. Por la utopía, los latinoamericanos nos movemos y nos hemos movido con naturalidad en el terreno de la ilusión. Por la herejía nos hemos acostumbrado a la invocación del futuro: ¡lo hemos soñado tantas veces!, ¡tan a menudo lo hemos previsto por entre los pliegues de nuestro rugoso presente!

     La herejía suele concluir enfrentada a una ortodoxia que la detiene o la deforma. Herejías fueron la ambición y la codicia, los sueños e ilusiones que acompañaron la conquista y la población del Nuevo Mundo. Ortodoxia fue la inflexibilidad del imperio español negándose a vivir al ritmo de la historia. Heréticos fueron los sueños de nuestros libertadores: imagineros y hacedores de tiempos escritos en el mañana. Ortodoxa fue la corriente conservadora que se negó a aceptar la idea de emancipación y trató de impedirla, incluso, a costa de la más espantosa aniquilación. Herético fue el pensamiento liberal que surgía como una forma de enfrentar la adversidad del exiguo presente. Ortodoxia fueron las larguísimas dictaduras personalistas, la interminable lista de caudillos que conocieron casi todas nuestras naciones hispanoamericanas: aventuras de jefes sucesores de jefes y derrocados por jefes. Heterodoxia fue, en nuestro siglo, la proliferación de partidos políticos nacionalistas que defendieron la lucha de los tradicionalmente desposeídos y marginados. Heterodoxos fueron, también, los políticos idealistas que se sacrificaron a una causa y lucharon por principios necesarios y metas justas. Ortodoxia es, hoy, la realidad de esas mismas agrupaciones políticas que se limitan a sobrevivir, poderosas e inconmovibles, acostumbradas al poder y a su cercano aliado: la fuerza económica. Heterodoxia fue, hace casi cuatro décadas, la Revolución Cubana y sus esfuerzos por recuperar para las masas derechos siempre postergados y por erigir un ideal de dignificación de nuestra América frente a la prepotencia yanqui. Ortodoxia es, hoy, la misma Revolución Cubana anquilosada por una burocracia que asfixió su vivacidad. En suma: la heterodoxia de hoy suele ser la ortodoxia de mañana. Esta, por su parte, es el seguro llegadero de muchos sueños inmovilizados; el destino de demasiados fracasos; la muerte de ideales en su no auténtica realización, en su paulatino desvanecimiento en rutina, mascarada o reglamento.