viernes, 13 de enero de 2012

EN CIERTAS OCASIONES, ALGUNAS OBRAS DE ARTE...


En ciertas ocasiones, algunas obras de arte logran descubrir verdades perceptibles para la mayor parte de individuos en los signos del tiempo que los rodean. En la más célebre de los trabajos de Edvard Munch, El grito, su personaje central, una figura en la que no podemos reconocer un hombre o una mujer, aparece en medio de un puente, con la boca abierta, y el rostro entre las manos, cubriéndose los oídos, con una terrible expresión de angustia en un rostro deformado. El propio Munch describió las circunstancias que rodearon su creación: “Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza”.

     La grandeza de El grito, cuadro pintado, como alguna vez dijera el propio Munch, a partir de un propio “infierno interior”, consistiría en haber logrado acercar ese infierno personal al posible signo infernal de la Humanidad toda. Las pesadillas de Munch se reflejan en ese abandonado cielos que cubre a sus coetáneos. Munch nos dice a los hombres que estamos solos en medio del desamparo de vastísimas superficies, contradictoriamente convertidas en asfixiantes madrigueras donde, junto a infinitos otros, nos vamos aplastanto entre todos.