martes, 27 de marzo de 2012

CON LO TERRIBLE QUE PUEDA TENER PARA LOS HOMBRES LA IMAGEN DE LA MUERTE...

     Con lo terrible que pueda tener para los hombres la imagen de la muerte, ella pareciera resultar mil veces preferible a la opción de la inmortalidad. Una vida infinitamente prolongada, una muerte que nunca llega, es algo que los seres humanos hemos convertido en una de nuestras más espantosas pesadillas. Como alguna vez he comentado, ella se asocia, por ejemplo, con la imagen del vampirismo y los vampiros: siniestros seres de la noche, condenados por toda la eternidad a alimentarse únicamente de la sangre de sus víctimas. En otra grotesca imagen de la inmortalidad, entresacada esta vez de las páginas de la literatura universal, Los viajes de Gulliver, su autor, el escritor Jonathan Swift, ilustró con terrible ironía la parodización de una vida interminable. En un país al que Gulliver llega en sus muchos recorridos, existe una raza especial de seres: los inmortales. Seres que nacen con el signo de la eternidad escrito en sus cuerpos. Son individuos que jamás conocerán la muerte. Su sociedad acoge el nacimiento de cada nuevo inmortal como una terrible desgracia. La descripción que hace Swift de ellos es la contrapartida espantosa de cualquier ilusión de eternidad: seres miserables, condenados a arrastrar por todas las edades sus cuerpos en un inacabable proceso de deterioro. El peor castigo de los inmortales es, precisamente, el no morir, la agonía de su final sin fin.