jueves, 15 de marzo de 2012

EN ALGUNA PARTE DE SU OBRA, EDGAR MORIN...


En alguna parte de su obra, Edgar Morin dice que nuestro presente ha recuperado una antiquísima palabra de origen griego: oikos; vocablo que significa casa. De oikos derivan dos voces que nuestro tiempo repite incesantemente: “ecología”, “ecosistema”. Términos alusivos a un mundo concebido como espacio familiar, cercano; superficie poblada de cuerpos y formas siempre en relación, espacio donde todos nos aglomeramos en conjuntos necesariamente comunicados en imprescindible diálogo sobreviviente.

Opuesta a Oikos, nuestros días repiten otra palabra: “caos”. La repite incluso -¡quién habría de decirlo!- una ciencia cada vez menos segura de sí misma, de sus posibilidades y alcances. Caos alude a la acechante impredecibilidad de todas las posibilidades. Implica la amenaza de lo incierto asomando por entre cualquier conclusión o certeza. La noción de caos, de muchos modos, evoca un regreso a remotas edades anteriores a la tranquilizadora presencia de los dioses. El caos sugiere la entronización del azar y la incoherencia; sugiere la desarmonía, la indescifrabilidad y el desvanecimiento de los nortes.

     Curiosamente, oikos y caos, a pesar de parecer conceptos opuestos, terminan por relacionarse. Un ejemplo que repiten las actuales teorías de los fenómenos caóticos es el de una mariposa que al mover sus  alas en Pekín, es capaz de trastornar el clima en el otro extremo del mundo. La percepción del caos es la consecuencia de una época como la nuestra, que contempla en lo abarrotado un signo natural y presume una cercanía impredecible entre todas las cosas.