miércoles, 8 de febrero de 2017

ESCRIBIR NOS PERMITE...

Dije hace algún tiempo: “Escritura para asomarnos al mundo y explorarlo desde la particularidad de nuestra subjetividad interior, de nuestra mirada y nuestra palabra.” Pero, con esa palabra nuestra… ¿Decir qué? Principalmente esas verdades y esas convicciones que fueron dando forma a nuestro tiempo, a nuestra propia realidad.

Escribir nos permite relacionarnos con el mundo desde esa voz surgida de un centro que somos o escogimos ser; morada poblada con nuestras creencias y sueños, con nuestras ilusiones y recuerdos, con todo eso que, de una u otra forma, es nuestra respuesta ante la vida. Y pienso que la escritura existe para comunicar a esos otros con quienes nos relacionamos esa respuesta. Y se trata de hacerlo con una voz protagonista que es una, una sola y siempre la misma: aspirante a la exactitud, a una relación armoniosa entre su forma y lo que esa forma expresa.

Tal como lo veo, la escritura no podría nunca dejar se ser reunión de dos realidades: de un lado, dibujo de palabras con las que expresar imágenes e ideas; del otro, las voces convertidas en finalidad en sí mismas. Y a ninguna de esas dos realidades podríamos -si, como en mi caso, somos maestros y, a la vez, seres que amamos las palabras- ser indiferentes.

Alguna vez el escritor venezolano Enrique Bernardo Núñez dijo que nada era poético hasta no ser tocado por la poesía. Y, desde luego, siempre será poética una palabra que se esfuerza en ser plenitud de la forma en indisoluble relación con lo expresado; voz siempre poética, aunque le demos diversos nombres, por ejemplo: voz ensayística.

El ensayo es la expresión de un alma humana en la que caben memorias y opiniones, saberes y anhelos, propósitos y fantasías. Como dijera George Lukacs: el ensayo es la forma de la voz expresando el espíritu de un hombre.

Miguel de Montaigne acuñó para el ensayo un término aplicable a la vida misma: escritura del tiento, del avance paulatino, de la mesura. Un maestro que sea, también, un amante de la escritura, distinguirá en el ensayo el género natural de su comunicación y entenderá que escribir ensayos es su mejor manera de nombrar respuestas personales asociadas a su vida.

Suele definirse a la escritura como el más solitario de los oficios, y al escritor como un ser naturalmente obligado a la soledad. Afirmación muy cuestionable. Si bien es cierto que solitariamente escribimos, lo hacemos siempre con el convencimiento de un destino y de un destinatario para esas voces nuestras encargadas de expresar verdades que nos resulta imposible callar.

-->“Las verdades que se callan se hacen venenosas”, dice Nietzsche en algún momento de su obra. Y, acaso, el punto de partida de la actividad de un  maestro sea el proponerse no callar sus verdades. No podría ser de otra manera: colocamos nuestra vocación como maestros y nuestro amor por las palabras al servicio de la comunicación de nuestras respuestas a la vida.